Paula Carrizosa
10 ago 2021
Una especie pequeña pero profunda en significados poblará el Museo Nacional de los Ferrocarriles Mexicanos (MNFM). Se trata de Mundo Colibrí, un regalo de las Américas, una exposición envolvente que se presenta como un diálogo entre el arte, la ciencia y la cultura sobre esta ave endémica de América.
Ana Álvarez y Nils Dallmann, curadora y museógrafo de la exposición, respectivamente, señalan que la muestra llega como una primavera al museo: primero, porque aterriza luego de la pausa de actos culturales marcada por el Covid-19; y segundo, porque con ella se reabre el edificio principal que fue intervenido para resarcir los daños dejados por los sismos de 2017.
Mundo Colibrí se contiene en tres salas: una sobre ciencia, con datos precisos sobre la especie misma y su contexto; otra sobre cultura, para abonar sobre el papel social y cultural de esta pequeña ave que habita desde Alaska hasta la Patagonia; y la última en torno a la conservación, que privilegia la conciencia y la presencia de los asistentes para repensar en la fragilidad de la especie y, al mismo tiempo, en su resistencia y resiliencia.
Colibrí, palabra que “se tardó en llegar al español”, que prestó su nombre a un dios tutelar mesoamericano como lo fue Huitzilopochtli “el colibrí zurdo”, que sigue vigente en el arte mural, el grafiti y el tatuaje, es una especie que se distingue por su diversidad pues hay más de 330 especies en América: menos diversidad en los polos y más en el ecuador del continente, siendo México privilegiado con 68 especies.
La exposición, abunda Ana Álvarez, trata de descubrir esa diversidad pues pese a que en México es un ave muy querida y conocida, es poco entendida en su biodiversidad, a la par que poco se sabe que une como continente y región cultural. Apoyada por el Sistema de apoyos a la creación y proyectos culturales del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, la exposición está pensada en los niños, con cédulas ubicadas a su altura para que sean los primeros lectores con frases cortas, detalles científicos, y datos culturales y de conservación sobre estas aves. Con un recorrido que inicia con un jardín puesto para polinizadores del vivero Paraíso colibrí, el primero especializado en plantas endémicas para estas aves asentado en Puebla, la muestra llama a aprender a ver las distintas especies de colibrís.
La museografía alude al ambiente de un bosque. Para ello, explica Niels Dallmann, fueron colocados árboles con figuras de colibrí de tamaño real hechas por el artista Davit Nava a partir de materiales sustentables como el barro ecológico y de botellas pet recicladas. Destaca también la participación del arquitecto Héctor López quien hizo dibujos botánicos de plantas a gran escala, las que les gustan a los colibrís o aquellas que son polinizadas, para que el visitante se sienta en su mundo. Se suman los paneles con las ilustraciones de la diseñadora gráfica Julia Bolaños Leñero.
“Como en un bosque cada uno tiene que buscarlos, asomarse, verlos completos o a través de la tela”, señala el museógrafo. Añade que cada uno se acompaña de sus cédulas informativas y otra general: sobre los hábitats de aquellos que viven a nivel del mar, en los volcanes, en zonas pequeñas como el miahuatleco que vive en un fragmento de un bosque, o los transnacionales y migratorios que son capaces de cruzar, en un solo vuelo, el Golfo de México de Florida al sur de México, o los que vienen de Alaska, en un recorrido largo.
La museografía, apunta Ana Álvarez, deja ver que cada colibrí tiene algo que lo hace memorable. “El guión es científico pero hay algo especial en su descripción: su pico, su pequeñez, su cresta, su cola larga, su lengua que es tan larga como su pico que se enrosca en su cráneo, su capacidad para ver colores que el humano no ve, el ser las grandes acróbatas de las aves pues son las únicas que pueden volar hacia atrás, el tener plumas que no tienen color pues éste solo se devela con la reflexión de la luz, su capacidad para hacer música con sus alas como la especie fandanguera que es cantaora, los que hacen sofisticados cortejos, la presencia del colibrí Topacio, que es el abuelo de todos, o el mixteco que se alimenta de agaves y cactus”.
En Mundo Colibrí, un regalo de las Américas, también aparece otro dato: que si bien su historia es de 22 millones de años, es la única especie que todavía está en un proceso de diversificación. Así, si se preserva el medio ambiente se seguirá diversificando y, de 330, podría llegar a 600. “Cuando se escucha sobre especies que se extinguen, es bonito pensar que una familia va a seguir creciendo”, reflexiona la artista.
En la exposición, de manera destacada, aparece la presencia del colibrí en las culturas mesoamericanas, andinas y otras originarias de América: los kwakiutl del pacífico norte de Canadá y su creencia en que un colibrí antes de un viaje es de buena suerte; historias que tienen que ver con derechos lingüísticos en Oaxaca; sus representaciones mayas, teotihuacanas o zapotecas; la forma en que para los mexicas los guerreros muertos en batalla regresaban convertidos en colibrís; las representaciones quechuas de Perú o las aparecidas en el Códice de la Cruz-Badiano que en los nombres de las plantas hacían referencia a este ave.
No quedan fuera los riesgos y las amenazas para su conservación: su uso como amuleto, la deforestación y la tala por café y amapola sembrada por el narcotráfico, y sobre todo el cambio climático que afecta especialmente a los migrantes que los hace llegar tarde a la floración de la primavera que es su alimento. “El hambre, más que los depredadores, es una fuerte causa de muerte”, advierte Ana Álvarez. Para accionar, la exposición cierra con recomendaciones e interacciones en torno a acciones comunitarias e individuales de reforestación no sólo de árboles sino de flores, hacer sinergias y redes de conservación, y siembra de jardines polinizadores en casa.
La muestra Mundo Colibrí, un regalo de las Américas abrirá el martes 17 de agosto, con entrada gratuita y cuidada para contener los contagios de Covid-19, en la sede principal del MNFM ubicado en la Calle 11 Norte 1005, en el Centro Histórico de Puebla.